Sevilla es una ciudad profundamente religiosa, como se puede observar solo con pasear por sus calles y fijarse en la multitud de santos y vírgenes que adornan algunas de sus fachadas, además de las numerosas iglesias que existen pertenecientes a las distintas hermandades. Por eso muchas de sus celebraciones populares tienen su origen en la religión;
El Corpus Christi, el jueves después del domingo de la Santísima Trinidad, donde se adornan las calles y las casas con mantones, altares y ramas de romero al tiempo que circula una procesión; La Velá de Santa Ana, en el barrio de Triana, a finales de julio, donde sus calles se adornan con farolillos, luces y casetas con todo tipo de gastronomía local en honor a la patrona del barrio.
Pero la más famosa de todas, conocida en toda España y parte del extranjero y celebrada realmente a lo grande es la Semana Santa. De las múltiples parroquias de la ciudad salen las Vírgenes en procesión, dirigidas por sus respectivas hermandades, para revivir la pasión de Cristo. Las calles se llenan de gente, tanto de la ciudad, como de los alrededores, como turistas que han venido a vivir el espectáculo. Las calles del centro se cierran al tráfico, numerosos actos religiosos se llevan a cabo a lo largo de la semana, y el olor a incienso, el sonido del paso de los costaleros y el canto de las saetas durante las procesiones, inundan las calles de la ciudad causando una sensación única. Las distintas hermandades preparan la Semana Santa durante todo el año (como después les llueva deben pillar una depresión importante, digo yo…).
Un atavío típico de la Semana Santa sevillana es la mantilla, que se ponen las mujeres desde la cabeza hasta el hombro sujeta con una peineta.
La virgen de la Macarena, quizás la más famosa de las que salen en Semana Santa.