La historia de Sevilla empieza a ser considerable más o menos unos cinco siglos antes de Cristo, cuando se asentó en su territorio una civilización denominada Tartesos.
 
Más adelante los romanos la bautizarían como Hispalis y pasaría a ser una ciudad con cierta importancia dentro del imperio de Occidente.
 
Después fue visigoda, y bla, bla, bla…
 
Durante el periodo de invasión de los musulmanes que formaron Al-Andalús (la España musulmana), tuvo un papel destacado al ser capital de uno de los 39 reinos (Taifas) pertenecientes al califato de Córdoba.
 
En el siglo XIII pasó a formar parte de la Corona de Castilla, y se llenó de aristócratas castellanos, llegando a ser una ciudad con derecho a voto en cortes (¡toma ya!).
 
Durante toda la baja Edad Media se convirtió en una ciudad muy comercial, haciendo  buen uso de su puerto del Guadalquivir.
 
Tras el descubrimiento de América, se formó el Imperio Español, del cual Sevilla sería su centro económico y desde donde los Reyes Católicos administraban las riquezas adquiridas y organizaban los viajes.
 
 
En el siglo XVI, Siglo de Oro Español, florecieron las artes y se construyeron muchos de los edificios que hoy se pueden contemplar en su centro histórico. Aparecieron también las primeras cerámicas sevillanas, que todavía hoy adornan muchas fachadas de la ciudad.
 
Durante el Barroco, Sevilla creció artísticamente pero decayó económicamente, pasando por una profunda crisis que se agravó con la llegada de la peste que acabó con la mitad de la población.
 
Resurgió en el siglo XIX con la industrialización y la llegada del tren. 
Más o menos en esta época nació el Flamenco.
 
En el siglo XX, aparte de pasarlas canutas como todos durante la guerra civil y la postguerra, y ser sometida a la dictadura de Paquito, se erigió como capital de Andalucía, y tuvo dos exposiciones importantes; la iberoamericana de 1929 y la universal de 1992 (para más datos preguntar por Curro).